La relación “Padres e Hijos”. Incomunicación
Dos cartas en donde se dice todo o casi todo…
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Este documento es muy duro
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Es para los hombres que son padres, y para los hombres que son hijos.
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Conviene que lo lean sin miedo unos y otros; sin ponerse a la defensiva; aguantándolo
hasta el final, evitando la ira; en silencio largo, después, antes de hablar.
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Son dos cartas de un mismo autor, José María García de Dios, publicadas en la revista
Padres y maestros. Aquí se citan resumidas:
Primera Carta
Carta importante a unos padres que se quejan de que sus hijos no se comunican con ellos:
Estimados
Amigos:
Estoy harto de oírles quejarse de sus hijos: de su cerrazón, de su falta de sinceridad, de sus extravagancias.
Son
ustedes los culpables del silencio de sus hijos. Ustedes que han roto toda posibilidad de comunicación desde que adoptaron
como piedra de base de su educación el poder (bueno SU poder) y como principio irrefutable el de autoridad (SU autoridad).
Como si padres e hijos fuesen correlativos a superiores y súbditos. ¡Cuantas veces, mantener a toda costa el principio de
autoridad, solo quiere decir mantener a toda costa el dominio de la situación!
¿Que
ustedes se sienten rechazados por sus hijos?
¿Y
las infinitas veces que ustedes les han insultado, les han humillado con sus juicios inapelables, con sus insinuaciones, con
sus desconfianzas, con sus presentimientos malintencionados?
¿Es
que los hijos tienen que aguantarlo todo?
No
sean tan ridículos diciendo que ustedes tienen derecho a su confianza. La confianza no es un derecho conquistado: brota espontáneamente.
Cuando
unos padres se quejan de no tener la confianza de sus hijos, se están condenando a si mismos; no fueron capaces de sembrarla
ni de crear el clima en el que la confianza puede desarrollarse.
Ustedes
son responsables de su silencio, porque están maniatados por el miedo; miedo al futuro, miedo al que dirán, miedo a la censura de sus hijos, miedo a la personalidad
de sus hijos, miedo a su autonomía (cuando ustedes ya no les serán indispensables), miedo al hijo extraviado, miedo a la hija
embarazada, miedo al escándalo público; miedo, incluso, a enfrentarse con maneras de pensar diferentes, miedo a dialogar,
miedo...
Y
se refuerzan las posiciones, no desde la libertad, ni desde el amor, sino desde el poder. Y ya solo hay actitudes agresivas
y defensivas.
Y
encima, cuando han creado ustedes esta situación, quieren exigir a los hijos que sean ellos los primeros en tender un puente
levadizo. ¿Creen ustedes que un puente levadizo entre dos fortalezas, es el sitio adecuado para comunicarse?
¿Cuántos
de ustedes conocen a sus hijos?
¿Cuántos
se han preocupado de conocerlos, por el único camino posible, que no es el de preguntar a sus maestros, sino por el acercamiento,
la comprensión, no aplicándoles los nombres prefabricados y rechazándolos si no se amoldan a los mismos?
En
realidad, ¿qué les interesa a ustedes de sus hijos?
Un
poco su salud(fuerza mayor), y sus estudios, su porvenir(mediatizado por los propios intereses o puntos de vista, porque claro...).
¿Qué
saben ustedes de sus mareas interiores, de sus apetencias personales más profundas, de sus nieblas y tinieblas sobre su identidad
personal, su futuro en la vida, su futuro en la muerte?
¿Qué
conocen ustedes de ese germinar el amor en ellos, maravilloso, idealizado y borrascoso?
¿Cómo
puede andarse en ese mundo a manotazos contra un primer amor ( y muchas insinuaciones y sonrisitas son peor que manotazos),
ridiculizando el encuentro con la vida y encima dándoles ejemplo grotesco de un amor aburrido (si no infiel) que presentan
ustedes en su propia casa?
¡Cuántos
desprecios de sus padres acumulan los adolescentes desde los trece hasta los dieciocho años! Para los padres todo resulta
despreciable: su lenguaje, su música, sus ídolos, sus vestidos, sus valores, sus creaciones, sus diversiones, su audacia,
su idealismo!...
Si
han traducido el educar por domar, y las cosas les han salido bien, pues han de haber logrado hijos obedientes , no comunicativos.
¿Cuánto
tiempo pasan con vuestros hijos? Ya sé que la culpa la tienen los negocios, las reuniones sociales, el trabajo fuera de casa,
los horarios incompatibles, el que están lejos, en la Universidad... Sí, ya lo sé.
Pero
sin tiempo, sin mucho tiempo, sin posibilidad de rompe hielos, sin creación del ambiente, sin reposo, nunca surgirá el diálogo.
Y
no me digan que negocios, viajes, reuniones sociales, trabajo fuera de casa... todo eso es por ellos. Si ellos no os tienen...
Si
hay tiempo para todo menos para eso, ustedes están atrapados, ellos están lejos. Pero ellos no tienen la culpa de la incomunicación.
Comprendo
que no es nada fácil ser padre. Reconozco que ninguno se habrá preparado para serlo, y que todo han sido sorpresas. Reconozco
que el haber sido el ídolo del hijo, y que el propio hijo les baje del pedestal, tiene que ser una experiencia enormemente
incómoda. Pero también eso estaba contenido en “ser padres” cuando optaron por serlo.
¿Qué
si me extraña su obsesión por la ortodoxia, sobre todo religiosa? Pues sí.
Esa
especie de reproducción en los padres, de la figura del gran Inquisidor, que cree firmemente que tiene el poder, y que es
de Dios, que se apoya, como razón, en su poder, y que pone la verdad por encima de la persona del hijo. (Lograr que no haya
herejes, no es lograr que haya cristianos; lograr llenar una iglesia no es lograr que haya una comunión con Dios; arrancar
las malas hierbas no es sembrar trigo; evitar el mal, aún no es hacer bien; castigar a la oveja perdida, no es ponerla sobre
los hombros.)
Esa
especie de angustia de muchas madres que sienten la necesidad de volver a coaccionar al cristianismo. Ese estar ciegos para
aprender de Dios la paternidad; lloviendo sobre justos e injustos...
¿No
comprenden que así no puede haber comunicación, porque el hijo se siente coaccionado de antemano a representar un papel, pero
no el suyo?
¡Las
generalizaciones!
Todos
los hijos con preocupaciones sociales son comunistas. Todos los que suspenden son vagos y parásitos. Todos los amigos de sus
hijos son tan despreciables como ellos, y como los que aparecen en las noticias de los periódicos...
Esta
falta de objetividad es la que ahoga tanto al hijo, que siente el desprecio de su amigo mucho más que el suyo propio. Y el
propio, que viene de sus padres, lo que siente tanto, que no podrá jamás acercarse con confianza al padre que le ridiculizó,
a la madre que, de entrada, ya pensó mal y supuso lo peor.
¿Qué
son superiores a sus hijos? Claro: en años.
Que
no significa lo mismo que en experiencia, ni en cultura, ni en sentido crítico, ni en autonomía y personalidad.
¿Han
pensado alguna vez, quién pide cuentas a los padres? Porque los hijos son llamados a capítulo con la frecuencia que cada uno
de ustedes sabe.
Pero,
a capítulo a los padres, ¿quién los llama? Nadie.
Los
hijos, no, porque son unos mocosos. La sociedad, no; sólo lo hace, cuando ya llega la sangre al río. ¿Dios? ¿Hablan con EL?
¿Dios trata así a sus hijos?
Si
soy sincero, creo que debería haber empezado la carta diciendo que lo que exigen no lo dan.
¿Cuántas
veces se han franqueado con sus hijos, han sido realmente sinceros con ellos?
¿Creen
que sus hijos conocen sus verdaderas preocupaciones?
¿Qué
para ellos es un mundo claro el que viven, una vez que trasponen el umbral de su casa?
A
lo mejor piensan que he utilizado este método de acusarles de la incomunicación de sus hijos tienen con ustedes, como un procedimiento
retórico. Lo siento.
Estoy
completamente persuadido de que la incomunicación de sus hijos depende, en un cien por ciento de ustedes.
No
me importa (ni matemáticamente hablando), que tuviese que decirle exactamente lo mismo a sus hijos.
Amistosamente,
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Segunda Carta
Carta importante
a unos Hijos que se quejan de que no se pueden comunicar con sus padres
Queridos amigos:
Están incomunicados, pero son ustedes los que levantan el muro y tejen las alambradas. Y cuando quieren pasar,
se lastiman en la defensa que han creado para mantenerse autónomos, pero también incomunicados.
Casi
todos los diálogos con sus padres los rompen, los destrozan, porque se apoyan exclusivamente en que “tienen la razón”.
¿Pero
es que se han olvidado que la razón nunca se tiene con las personas? ¡Sería audaz decir que se tiene la razón contra otra razón!
Porque,
jugando con la apreciaciones, con valores, con puntos de vista, con maneras de concebir la vida... ¿cómo puede tener alguien
la razón del otro?
También
los acuso de algo que, si no fuera vil , lo llamaría estúpido: yo no voy a hablar a favor de sus padres, porque son ustedes
los que tienen que hablar, y vivir, y gritar, a su favor.
¿No
os parece despreciable tirar su propia vida, con toda su vitalidad original, creadora o crítica, contra de ellos, que son,
antes que ustedes mismos, el origen de sus propias vidas?
No
me digan que no se la pidieron, porque están gritando que la quieres.
Son
personas que lo quieren todo de inmediato: las soluciones, los cambios en los adultos; la confianza de unos padres que tienen
por necesidad de la vida, la imagen de los niños que fueron hace muy poco y que necesitan tiempo para que esa imagen se una
con la del adulto que serás, pero que todavía no es más que una insinuación.
No
saben esperar. Lo quieren todo de inmediato, como despojo de guerra, no como cosecha madurada en dos estaciones.
Piden
que los comprendan. ¿Nunca han experimentado la sensación de no comprenderos a si mismos?
¿Nunca
han sufrido por no saber expresarse, por no ser capaces de encontrar palabras que describan
su caos interior? Por qué exigen a sus padres que traduzcan lo intraducible, que comprendan lo que ustedes mismos son
incapaces de comprender y son capaces de formular?
¿Creéis
que siempre están rechazados, reprimidos, esclavizados?
¿Han
hecho algún recuento, aunque sea un poco a la ligera, de todo lo que en sus padres es entrega, preocupación, trabajo, vida
para ustedes; gustos, caprichos, deseos de ustedes satisfechos?
¿Por
que retienes y recuerdas y le echan en cara los “noes” y nunca los “síes”, que son de detalle, sino
que tiran por el piso toda su existencia y también la de ellos?
¿Qué
sus padres no se interesan por sus problemas?
¿Me
pueden decir cuando a ti te han interesado los problemas que ellos confrontan? ¿Han pensado si ellos los tienen?
¿Qué
nos les dedican tiempo?
¿Me
quieren decir cuanto tiempo le dedican ustedes a ellos?
¿Qué
pasa, cuando está el postre llegando a la mesa?
¿No
se han levantado ya por lo menos dos veces ha hablar por teléfono y ya se están levantando para irse para la calle y agotan
todas las horas de la tarde afuera? Realmente,
¿le
dedicas de tu tiempo? Puede ser que ellos no te dedican de su tiempo. Pero ustedes tampoco. Y ellos tienen a su favor que
mucho tiempo que no le tienen, es porque están trabajando para ustedes.
El
tiempo que ustedes no les dedican, se lo reservan para ustedes. Lo dedican para
su diversión, para vivir su aparte.
Y
no me hagas entrar en un ejercicio de contabilidad; porque fueron muchas las horas de sus primeros meses, años, enfermedades...
tiempo sin contabilizar, amigos y del que no se piden cuentas, porque no hay que pagar hora por hora.
A
no ser que ustedes solo digan que sus padres no los comprenden cuando no les dan la razón.
Porque
entonces vuelven a traducir muy mal: comprender no es dar la razón: es captar la realidad de sus sentimientos, aunque estos
sean turbios y no merezcan aprobación.
Muchas
veces encubres, mientes y ocultas. Son ustedes mismos los que saben que lo estas haciendo mal.
Esta
falta de sinceridad no se debe a la falta de tolerancia de tus padres, sino a tu propia vergüenza. Es cierto que te justificas
diciendo que no quieres que sepas que les estás fallando. Pero todavía hay algo mejor: no les falles. Y otra mejor que el
encubrir: el darles muestras de confianza al reconocer tus fallos.
Hay
algunos entre ustedes, que merecen todo mi desprecio; son los que tienen amedrentados a sus padres.
Con
eso de que hoy los jóvenes son capaces de cualquier cosa: romper todos los moldes, de fugarse de casa, de crear situaciones
extremas, tienen a sus padres atemorizados, y juegan con el chantaje de la peor calidad: aquél que explota el amor de unos
padres que estarían dispuestos a darlo todo por el bien de tus hijos.
Quedan
otros más despreciables: los que desprecian a sus padres. Los que se mofan o ridiculizan su debilidad, su falta de juventud,
de cultura, de actualización.
Posiblemente,
en una escala de infrahumanidad, estos hijos deberían ocupar el último lugar. Y no pedir jamás ser comprendidos.
Lo
único que merecen es ser borrados de la humanidad, que debe expulsar semejante
híbrido de la naturaleza.
Nunca
les echaré en cara su rebeldía: la considero un ensayo de adultez, de personalidad naciente. Sí el identificar la rebeldía
contra la sociedad, con la rebeldía contra vuestros padres.
¿No
han pensado que también sus padres son víctimas de esa sociedad, mucho más que protagonistas de la misma?
¿De
verdad que no quieres dejarlos ser superficiales?
Me
encanta. Y ustedes, serán capaces de no serlo tampoco?
¿Han
reflexionado alguna vez sobre los prisioneros en la jaula del consumo?
¿Han
pensado alguna vez que trato merecen los mayores, y más aún cuando se van acercando a la vejez?
¿Nunca
has oído que para poder tratar a las personas, hay que intentar conocerlas?
¿Me
quieres contestar si conoces de verdad a tus padres, su historia íntima, sus preocupaciones actuales, todo ese mundo interior
del que solo conoces la superficie?
¿Conoces
de verdad lo que ellos quieren de ustedes y para ustedes?
¡Vas
tan al galope, que ni siquiera les escuchas! Sospecho que no son ellos los que más se cierran al diálogo.
No
soy buen matemático. Pero lo que tendría que decir a los adolescentes, es que la solución del problema de la incomunicación
con sus padres, depende de ellos en un cien por ciento.
Y
es un objetivo asequible, que merece la pena intentarse. Ni a la defensiva, ni agresivamente a la ofensiva.
Simplemente, encontrarse...
Amistosamente,